miércoles, 25 de julio de 2007

Apata Presente en el Asalto de Concepción

Diario La Razón, Domingo 3 de Junio del 2007


Jesús Ponce Sánchez

Historiador peruano (*)

*El autor de esta nota es el historiador Jesús Ponce Sánchez, hijo del pueblo de Concepción, donde los patriotas ejecutaron el asalto del mismo nombre contra los invasores chilenos. Es autor del libro "El asalto de Concepción" y de otros 12 textos sobre las acciones del Ejército de la Breña, entre los que se incluye el de "Los pueblos de la sierra central durante la Guerra con Chile", que obtuvo el primer puesto en el concurso nacional de historia organizado por el Ejército Peruano en 1977 y que se encuentra inédito. (NdeR).

El 9 y 10 de julio de 1882, un contingente de 500 soldados y guerrilleros al mando del coronel Juan Gastó Valderrama ejecutó el glorioso "Asalto de Concepción" contra los invasores chilenos.

Por la trascendencia militar, política y social que encierra dicho acontecimiento se ha convertido en el episodio más sobresaliente de la Campaña de la Breña, organizada y ejecutada por el general Andrés Avelino Cáceres.

En esos días, el ejército chileno, a órdenes del coronel Estanislao del Canto, se había posesionado del Valle del Mantaro, con guarniciones en Cerro de Pasco, Tarma, La Oroya, Jauja, Concepción, Sapallanga, Pucará y Marcavalle, y su estado mayor establecido en Huancayo.

Las tropas chilenas durante su permanencia en la región, de enero a julio de 1882, cometieron crímenes y abusos incalificables contra los pobladores, que originaron el rechazo de los moradores y el apoyo al general Cáceres en sus acciones y enfrentamientos contra los invasores.

En Concepción se hallaba acantonada la IV compañía del batallón Chacabuco, integrada por 77 efectivos, al mando del capitán Ignacio Carrera Pinto, secundado por el teniente Arturo Pérez Canto y los subtenientes Luis Cruz Martínez y Julio Montt Salamanca, quienes por informes de su servicio de inteligencia sabían que en cumplimiento del plan estratégico organizado por el general Cáceres, desde su cuartel general en Izcuchaca serían atacados por los patriotas ese 9 de julio.

Cáceres, en efecto, envió al coronel Juan Gastó Valderrama para organizar las fuerzas de la resistencia.


Guerrilleros

Así, organizó a los guerrilleros de Concepción, que tuvieron por jefe al coronel Miguel Patiño Castillo; de Apata, comandados por el gobernador Andrés Avelino Ponce Palacios; de Comas, quienes por su crecido número tenían como jefes a los comandantes Jerónimo Huaylinos, José Manuel Mercado y Manuel Concepción Arroyo, e igualmente a los de Ingenio y Quichuay.

Gastó Valderrama tenía como segundos jefes al coronel Mariano Aragonez, a los tenientes coroneles Andrés Freyre, Francisco Carvajal, Emilio Santivañez, mayor Nicolás Berrospe, capitán Juan de Dios Revilla, entre otros.

Estas fuerzas, en la tarde del 9 de julio, se lanzaron contra la guarnición chilena acantonada en Concepción, para lo cual los patriotas bloquearon primero toda comunicación del batallón de Carrera Pinto con el grueso del ejército invasor establecido en Huancayo.

Luego de sitiar al enemigo y cerrarle toda posibilidad de escape y recibir auxilio alguno, ejecutó el plan de ataque preparado por el Consejo de Guerra de Lastay y dispuso que los guerrilleros de Concepción ingresaran a la plaza de la ciudad, ahora jirón Grau; los apatinos por la calle Real en avance desde el lado norte; Gastó Valderrama y sus soldados por el camino de Matinchara que conduce de Quichuay a la plaza concepcionina; y los de Comas, Ingenio y Quichuay por el camino del Alto Perú, es decir, por las faldas del cerro León.

Una vez que los patriotas se hallaban a 40 metros de distancia de la plaza y convencidos de que el enemigo no tenía otra alternativa que la rendición, el jefe patriota Gastó Valderrama envió como parlamentario ante el enemigo al capitán Juan de Dios Revilla, quien como buen jinete descendió del cerro León portando el correspondiente ultimátum para el enemigo.


Ultimátum

El parlamentario apareció por la esquina de la iglesia y avanzando a trote se dirigió hacia un oficial que se hallaba en el centro de la plaza y, saludándolo militarmente, le preguntó por el comandante de la guarnición, quien le respondió diciendo que él era dicho jefe.

Acto seguido, bajándose de su caballo, le entregó la comunicación, diciéndole: "Señor comandante, sírvase leer esta comunicación que le envía nuestro jefe, coronel Juan Gastó Valderrama".

El jefe de la guarnición, Carrera Pinto, llamó al oficial Arturo Pérez Canto y en su presencia leyó el ultimátum. La comunicación decía: "Ejército del Centro, Comandancia General de la División Vanguardia. Concepción, 9 de julio de 1882. Al Señor Jefe de la guarnición chilena en Concepción. Presente. Contando como usted ve, con fuerzas muy superiores en número a las que tiene bajo su mando y deseando evitar una lucha a toda luz innecesaria, intimo a usted la rendición incondicional de sus fuerzas, previniéndole que en caso contrario serán tratadas con todo el rigor de la guerra. Dios guarde a usted. Juan Gastó Valderrama, comandante de la División Vanguardia".

Carrera Pinto, enterado de aquél ultimátum, mostrándose un tanto altivo, solicitó al teniente Pérez Canto un papel y lápiz para contestarla, escribiendo la siguiente respuesta: "Señor Comandante General de la División Vanguardia, Juan Gastó. En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos, existe inmortalizado en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, general José María Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá que ni como chileno, ni como descendiente de aquél deben intimarme el número de sus tropas, ni las amenazas del rigor. Dios guarde a usted. Ignacio Carrera Pinto, comandante de la guarnición chilena".

El capitán Revilla, antes de retornar y demostrando experiencia en estas lides, pues se trataba de uno de los ayudantes de campo del general Cáceres, enterado de la contestación, expresó al jefe chileno: "Señor comandante, permítame advertir a usted que su determinación importa el exterminio de sus hombres. Observe que se encuentran completamente rodeados por los patriotas". Cosa que tampoco fue admitida.


El asalto

Eran las dos y media de la tarde del domingo 9 de julio de 1882, cuando el toque largo de una corneta patriota, repetido por otros cornetas guerrilleras, marcó la orden de ataque impartida por el jefe patriota, iniciándose así una sangrienta y ruda acción bélica.

Carrera Pinto ordenó contener el asalto distribuyendo a sus soldados en las cuatro bocacalles de ingreso al cuadrilátero de la plaza y al mismo tiempo envió a tres jinetes hacia Huancayo, un sargento y dos soldados, para que dieran aviso sobre el ataque y soliciten el auxilio necesario, pero dichos emisarios nunca llegaron a su destino, porque cuando se hallaban por las afueras del cementerio, fueron interceptados y eliminados a balazos por los guerrilleros.

Los invasores al no poder contener el empuje de los patriotas por las bocacalles de ingreso a la plaza decidieron acuartelarse en el antiguo convento franciscano e Iglesia Matriz del pueblo, desde donde prosiguieron su defensa.

En un momento de la confrontación, los cercados simularon rendirse, sacaron bandera blanca y cuando los guerrilleros se acercaron, un grupo de chilenos, en una actitud cobarde y traidora, abrió fuego desde el interior del convento contra el destacamento patriota que se acercaba a hacer efectiva la rendición y mataron a varios jefes guerrilleros, por lo cual de allí para adelante no se escuchó ninguna expresión de rendición.


Justa sanción

En el fragor de la ruda lucha perecieron inmolados numerosos patriotas, entre ellos el primer jefe de los guerrilleros de Comas, comandante José Manuel Mercado, los combatientes Juan de la Mata Sanabria, Jerónimo Veliz, Cipriano Camacachi, Esteban Alzamora, Marcos Chamorro y muchos otros.

Por el lado de los invasores perecieron todos sus integrantes, desde el primer jefe, capitán Ignacio Carrera Pinto, sus tres oficiales: teniente Arturo Pérez Canto y los subtenientes Luis Cruz Martínez y Julio Montt Salamanca, sus clases y hasta el último individuo de tropa.


A las 9:00 de la mañana del 10 julio, los últimos 12 chilenos que habían logrado sobrevivir hasta los instantes finales del asalto se entregaron, pero éstos fueron tomados por los guerrilleros y fusilados en el acto. No hubo perdón ni escapatoria para ninguno de los integrantes de la guarnición enemiga. Fue el justo castigo a los que hasta ese momento aplicaban una política de exterminio de nuestro pueblo.