martes, 26 de junio de 2007

Salomón Ponce Ames y La Jornada del 23 de mayo de 1923

Por: Percy Murillo Garaycochea

LA JORNADA DEL 23 DE MAYO DE 1923


La unión de los trabajadores manuales e intelectuales recibió su “bautizo de fuego” el 23 de Mayo de 1923. En esa fecha se produjo uno de los acontecimientos más significativos de la historia de las luchas sociales en el Perú que constituyó la culminación de anteriores sucesos, como la lucha por la jornada de las ocho horas, la Reforma Universitaria y la fundación de las Universidades Populares Gonzáles Prada que, indudablemente, prepararon el ambiente para la insurgencia obrero-estudiantil contra la dictadura del oncenio.

El ambiente político había tomado entonces un sesgo inesperado. Lejos quedaban las promesas de la “Patria Nueva” con sus proclamas inflamadas de patrioterismos y sus promesas de descentralización para favorecer a las provincias. La política de empréstitos y el dispendio fiscal provocaron agudas tensiones sociales. A ello debía agregarse la determinación del presidente Leguía de auto prorrogar su mando en flagrante violación de expresos dispositivos contenidos en la Constitución promulgada en 1920. Contra esa decisión –que se haría efectiva mediante un reforma constitucional- se pronunció el grupo que seguía al Primer Ministro y primo del Presidente, don Germán Leguía y Martínez. De echo se había producido una escisión en el seno del leguiísmo con el apartamiento de sus miembros de tendencia más radical y doctrinaria, editores de la revista “Germinal”. Leguía y Martínez se vio obligado a formular su renuncia al Premierato y en su lugar fue nombrado Pedro José Rada y Gamio, personaje de apariencia ridícula (fue el blanco de las puyas de publicaciones adversas al gobierno) y a quien se reconocía como rendido devoto de Leguía.

Para disimular el repudio que ocasionó la prorroga del mandato presidencial que urdió una maniobra de claro tinte político: una fastuosa ceremonia consagratoria de la República al Corazón de Jesús. En esta forma se explotaba el sentimiento católico del pueblo para justificar una posición injustificable.

Rada y Gamio era el personaje indicado para realizar la maniobra. Apasionado clerical, intrigante y autoritario, estaba además muy bien vinculado a la alta jerarquía de la Iglesia Católica. El Arzobispo de Lima era entonces Monseñor Emilio Lisson, muy vinculado a Leguía y a las empresas norteamericanas “Fred T. Ley and Company” y “Fundation Company” con las cuales había tenido relaciones financieras. Como era de suponerse Monseñor Lisson, secundó el plan de Leguía.

El anuncio de la ceremonia fue recibido con claras muestras de repudio. El primero en manifestar su protesta fue Clemente Palma que tenía a su cargo la dirección del diario “La Crónica” y la revista “Variedades”. Numerosas instituciones secundaron pronto a la protesta. Todos coincidían en señalar que se trataba de una maniobra política y de un atentado contra la libertad de conciencia. El ambiente estaba caldeado pero hacia falta que alguien tomase la iniciativa para canalizar la protesta. Había llegado el momento de la acción que correspondía a la nueva generación de obreros y estudiantes que se agrupaban en las UPGP.

A las 4 de la tarde del 23 de Mayo se convocó a una asamblea en el local de la Universidad de San Marcos. Eran sus patrocinadores los dirigentes de la Federación de Estudiantes, la Federación Obrera Local, la Asociación Cristiana de Jóvenes y otras instituciones menores. A la hora señalada se congrega una multitud que desborda el Paraninfo y colma el histórico patio de la Facultad de Letras. La policía había recibido ordenes terminantes de apresar a Haya de la Torre. Sin embargo, éste logra burlar la vigilancia y con la ayuda del tranviario apatino Salomón Ponce Ames se hace presente en la asamblea. La multitud saluda al joven líder, quien luego es invitado a presidir la asamblea. Momentos antes, al hacer su ingreso al local, recibe de manos de Manuel Seoane el texto de la moción que se presentaría a la asamblea. Sin tiempo de leerla, estampa su firma en clara demostración de confianza a sus autores. Según el testimonio del propio Manuel Seoane –contenido en las declaraciones formuladas durante el programa de televisión “Cartas sobre la mesa” el 5 de Noviembre de 1961- el autor principal de la moción fue Augusto Rodríguez Larraín que jamás milito en política y se dedicó por entero a actividades educacionales. Entre los firmantes de ella es interesante reconocer los nombres de Carlos Sayan Álvarez (ex - Presidente de la Corte Suprema de Justicia), Tomás Manrique (después dirigente de la Unión Revolucionaria). Edgardo Seoane Corrales (Vicepresidente de la República en 1963). Victor Modesto Villavicencio (destacado penalista y dirigente del pradismo), Luis Larco (ex alcalde de Lima), Guillermo Hoyos Osores (escritor, diplomático y ex Ministro de Estado), etc. Es decir: una cantidad de personas, en su mayoría anti-apristas con el transcurso del tiempo, de las más diversas tendencias y que con su firma respaldaron el acto de protesta.

La moción –que en síntesis señala que es “una desnaturalización” de los fines del Estado intentar una consagración oficial– fue brillantemente fundamentada por Haya de la Torre quien pronunció esa tarde “uno de los enaltecedores y valientes discursos de su vida universitaria”. De acuerdo a la versión que aparece al día siguiente, en el diario “El Tiempo”, se dejó claramente establecido que la protesta no tiene un carácter anti-religioso, sino un propósito cívico en defensa de la libertad de pensamiento. Al aprobarse la moción, los asambleístas resuelven salir a las calles para exteriorizar su repudio a la dictadura. El avance de la multitud es incontenible en dirección a la Plaza de Armas.

Al llegar la manifestación a la altura de la Avenida Nicolás de Piérola, se interponen las tropas de la Guardia Republicana. Su jefe es el Coronel Rufino Martínez, conocido por sus alardes de fuerza y sus antecedentes poco recomendables. Una parte de los manifestantes continua su marcha hacia la Plaza San Martín. Los demás manifestantes se ven obligados a dirigirse a la calle de Huérfanos, en vista de que las tropas han conseguido su objetivo de impedirles el paso. Haya de la Torre marcha al frente del segundo grupo. A su lado se encuentra el fiel motorista Salomón Ponce. Los primeros disparos, provenientes de la iglesia de Huérfanos, se escuchan cuando los relojes marcan las diecinueve horas. La caballería inicia las primeras cargas. Los manifestantes responden valerosamente lanzando adoquines que encuentran a su paso. De todas maneras la lucha es desigual: descargas de fusilería y sablazos contra puños y adoquines. “En aquel duelo trágico y desigual, rodaron sin vida cinco soldados, un obrero (el tranviario apatino Salomón Ponce Ames) y el estudiante de letras, Manuel Alarcón Vidalón. La policía buscaba en el tumulto a Haya, “vivo o muerto”. Pero ya éste, comandando a otro grupo, a cuatrocientos metros de la escena, en el centro de Lima, imprecaba a pulmón herido: “El tirano esta asesinando a estudiantes y obreros... Vengan, vengan... A la Plaza de Armas... A gritárselo a la cara. A decirle que aunque asesine jóvenes, el pueblo se impondrá... Vamos... Mueran los asesinos... Mueran los criminales.

Haya de la Torre ha logrado abrirse paso con un grupo de profesores y alumnos de las Universidades Populares. Momentos antes se había librado de recibir un sablazo cuando el obrero, Eduardo Colfer, interpone su cuerpo y recibe un feroz corte. Al llegar a la Plaza de Armas los integrantes del grupo divisan una muchedumbre. Son los que formaban la primera parte del desfile que salió de la Universidad y que ignoraban lo ocurrido en la calle de Huérfanos. Encaramado en un banco de la plaza, Haya pronuncia un fogoso discurso mientras la policía recibe órdenes de abandonar las calles. Encabeza una nueva demostración que va engrosando sus filas en el trayecto. Llega al diario “El Comercio”, donde entraría por última vez, visita “La Crónica” y se dirige al Hospital Italiano para enterarse del estado de los heridos. Durante toda la noche continúan realizándose las manifestaciones de protesta en diversos sitios de la ciudad. La Federación Obrera Local, apremiada por sus bases, decreta el paro general.

El 24 de Mayo, a las 11 dela mañana, se reunió nuevamente la asamblea en la Universidad de San Marcos. Vanos resultan los esfuerzos del Rector, Manuel Vicente Villarán, para impedir el acto. Allí pretendió hablar el diputado por Puno, José Antonio Encinas, adepto a la facción de don Germán Leguia y Martínez, pero los estudiantes se lo impiden. Manuel Seoane se encarga de precisar que se trata de un acto estudiantil incompatible con el color político que tenía Encinas. La asamblea luego de tomar conocimiento de la solidaridad de los trabajadores, acuerda improvisar un desfile por las calles céntricas. En la Plaza de Armas se escuchan nuevos discursos . El verbo de Haya de la Torre, alcanza perfiles dramáticos cuando al dirigirse a las tropas que rodean a la multitud, los grita: “No son ustedes responsables de las medidas de terror que han masacrado a nuestros compañeros. El culpable es el sombrío tirano que se esconde allí”. El dedo acusatorio señala el Palacio de Gobierno . Y la voz valiente domina el ruido de los sables y la fusilería. El desfile continúa luego a la Plaza San Martín. Es medio día y las calles se hallan desiertas. La multitud es citada por su conductor para las tres de la tarde a la morgue para presenciar las autopsias de Salomón Ponce y Alarcón Vidalón, pues se rumorea que el gobierno intenta sepultarlos en forma clandestina.

A la hora señalada la multitud se apiña en torno al edificio de la morgue, rodeado por apretadas columnas de soldados de caballería, infantería y ametralladoras. La orden del gobierno es terminante: “Cumplidos los trámites de autopsia, los cadáveres deben ser conducidos sin más dilación al cementerio”. Un oficial notifica personalmente la orden a Haya d la Torre, pero su decisión ya está tomada: los cadáveres deben ser llevados a la Universidad. El funeral debe cumplirse. Recurriendo a una estratagema (Haya habla, mientras los cadáveres son sacados subrepticiamente) se consigue burlar a los sayones. Cuando éstos reaccionan, el desfile ya se ha iniciado. Como sólo había un ataúd (el de Ponce) el cadáver del estudiante es colocado sobre la tapa del féretro del obrero, de modo que los dos cuerpos van al descubierto.

El desfile se lleva a cabo en medio de gran tensión. Desde los balcones el pueblo saluda al cortejo. A la altura del cuartel de Santa Catalina se escuchan las descargas de las ametralladoras. Nuevamente la caballería arremete contra la multitud. Los golpes de sable tasajean las carnes de los jóvenes estudiantes y obreros. Hasta los cadáveres reciben sablazos sobre sus cuerpos lívidos. “Para recorrer las once cuadras que separan la morgue de la Universidad, se emplearon dos horas”, afirma Luis Alberto Sánchez.

La ultima barrera estaba formada por los cadete de la Escuela Militar de Chorrillos. Estos han recibido la orden de “apuntar y disparar”. Haya de la Torre se adelanta y colocándose frente al apretado grupo de caballería, exclama: “Chorrillos no mata a la juventud y al pueblo”. Y hecho sorprendente, los jóvenes cadetes desacatan la orden superior, bajan los fusiles y permiten el paso de la muchedumbre.

Así se llegó a la Universidad, luego de librar la última escaramuza en el Parque Universitario, donde las tropas intentaron vanamente arrebatar los cadáveres. Desde los balcones de la Universidad, el Rector Villarán y los decanos presencian desconcertados el ingreso triunfal del pueblo. En ese instante victorioso, los estudiantes avanzan con su fúnebre carga al Salón de Actos de la Facultad de Letras donde se levantará la capilla mortuoria. En medio de gran emoción se escuchan las estrofas del “Himno de los Estudiantes Latinoamericanos” (letra del peruano José Gálvez y música del chileno Enrique Soro):

“Juventud, juventud, torbellino
soplo eterno de eterna ilusión...”.

A las siete de la noche la juventud y el pueblo ocupan la Universidad. Por orden policial se prohíbe el ingreso a la Universidad pero se garantiza la salida. El propósito es claro: el gobierno se dispone al contra-ataque. Un inesperado colaborador (chofer de la Prefectura) da noticia del plan. Se intenta asaltar la Universidad para lo cual las tropas están siendo concentradas. Sacarán a los muertos a las tres en punto. El agente secreto a quien se ha bautizado con el nombre de “Sacrificio” conviene con Haya en mantenerlo al corriente de la situación. Entre tanto, éste se dispone a la defensa. Ordena a los dirigentes de la FOL salir de la Universidad y les encomienda la misión de organizar un levantamiento popular tan pronto como la Universidad sea atacada. Se organiza el comando y la defensa, dentro de la Universidad donde se encontraban un millar de personas. Los trabajos se distribuyen con precisión: levantamiento de barricadas y refuerzos para las puertas de ingreso; a los estudiantes de Ciencias se les encomienda preparar ácidos y reunir combustibles, se ubican vigas en los techos, se improvisa el servicio de asistencia con el grupo de estudiantes de Medicina, se forma una policía interna para el control y la disciplina. A los estudiantes Luis E. Heysen y Enrique Cornejo Koster, junto con el obrero Colfer, se les encomienda una misión suicida: provistos de gasolina deben permanecer en la torre del observatorio con la misión de incendiar la Universidad sin tener opción a la salida pues ésta hay que clausurarla para asegurar su éxito. Todos juran por los mártires cumplir hasta el sacrificio o hasta el triunfo.

Las horas de tensión avanzan lentamente. El Ministro Rada y Gamio esta a punto de ser echado a la pila de San Marcos cuando ingresa para realizar una breve visita de inspección. “Sacrificio” cumple con su misión, puntualmente, dando cuenta de los acontecimientos que se desarrollan en Palacio. Las noticias son cada vez más alentadoras. Se ha destituido al Intendente de Lima y hay una fuerte corriente que presiona para evitar el asalto a la Universidad. Al fin, poco antes de las 3 de la mañana, el informante confirma la noticia: “Se darán garantías para el funeral. Habrá una tregua de 4 horas, pero después se restaurará el estado de sitio y la Ley Marcial”. Al amanecer del 25 de Mayo las tropas se retiraban del Parque Universitario y se recibe la confirmación oficial sobre las plenas garantías que ofrece el gobierno par el entierro de las víctimas.

A las 10 de la mañana del 25 de Mayo se inició el imponente desfile. El cortejo es encabezado por Haya de la Torre. A su lado marchan el Rector Villarán, los decanos Manzanilla y Miró Quesada. La flor y nata del civilismo marchan junto con los obreros y estudiantes en la misma fila.

Cornejo Koster, en su artículo para el libro “La Reforma Universitaria” de Gabriel del Mazo, describe este episodio en la siguiente forma: “Treinta mil hombres, y tal vez más, formaban las columnas. A la gente de Lima sumábase la venida del Callao y otros pueblos vecinos. Banderas rojas, estandartes de sociedades obreras, banderas con inscripciones revolucionarias y gran cantidad de piezas florales adornaban el cortejo. La multitud innumerable, marchaba silenciosa y en orden perfecto. A su paso muchas mujeres en los balcones o ventanas lloraban sigilosamente. El resto de la ciudad estaba desierta; en las calles solitarias resonaban las pisadas aceradas de los caballos de las rondas”.

En el cementerio hablaron: Manuel Beltroy por los intelectuales; Humberto García Borja, por los profesores de San Marcos; Haya de la Torre por las Universidades Populares y Luis F. Barrientos por la FOL. La alocución de Haya fue memorable: “El quinto no matar”. Frase candente y admonitiva a la que sigue un elocuente elogio de la juventud estudiantil y obrera que “han sellado su ejemplar fraternidad en la lucha viril e indeclinable por los ideales eminentes, coronada por el glorioso martirio que les ha impuesto la injusticia brutal del despotismo”.

Conforme el plan de gobierno, las garantías terminaban en el cementerio. Haya tuvo que burlar una vez más a la soplonería que le sigue los pasos. La orden es capturarlo “vivo o muerto”. Protegido por sus fieles obreros de la UP consigue eludir a sus perseguidores y se mantiene oculto en la casa de su amigo Oscar Herrera. El mismo día de los funerales, había aparecido en los diarios un Decreto del Arzobispo de Lima en el que anunciaba la suspensión de la ceremonia de “Consagración de la República al Sagrado Corazón de Jesús”. El documento que contenía la tardía retractación arzobispal llevaba fecha 23 de Mayo de 1923, fecha supuesta, pues se le hizo circular después de 3 días de sangrientos sucesos.

Es interesante anotar que el diario “El Comercio” fue el que juzgó con mayor severidad los propósitos del gobierno y exalto en forma inequívoca la conducta de la juventud de entonces. En el editorial del sábado 26 de Mayo de 1923, se dice: “El derecho que devolvió a Lima la tranquilidad habitual, se trocó en exaltación cuando se supo que se pretendía ejercer sobre la conciencias una violencia injustificable. Parece en efecto que solamente aquél que por acto deliberado quisiera ponerse al margen de la realidad, podría continuar dudando de la inconveniencia de insistir en la celebración de la extraña ceremonia preparada para el último día del presente mes. En el fondo no se trata sino dl conflicto creado por el poder público con motivo de la consagración impuesta al país y la voluntad presta de la juventud del Perú de no aceptar esa consagración. En el decreto que comentamos, dice en el segundo considerando el Arzobispo de Lima, y dice bien, que la Iglesia tiene una misión de paz y fraternidad. En ese sentido que requiere la Iglesia que todos los peruanos se orienten entre nosotros. Y ya que nuestro prelado hace tan plausible definición, cabe anotar que mientras la Iglesia peruana no predique sino el amor de Cristo y se abstenga de actos que resulten impositivos para el orden ideológico individual, que desvirtúan la fisonomía colectiva, nunca un Arzobispo de Lima tendría que lamentar yerros y acusar de pasión política como ahora lo hace a una juventud idealista, que en defensa de la libertad de conciencia ha escrito en la historia del país una hermosa página de virilidad”. Nueve años más tarde, la misma hoja periodística se encargaría de propalar la “antireligiosidad” del Aprismo y de hacer caer sobre Haya de la Torre el anatema correspondiente. La burda especie se difundió en tal forma que se llegó inclusive a sostener –con el mayor desenfado anti-histórico- que el 23 de Mayo se había “escupido” o “pisoteado” el Corazón de Jesús. Lo cierto es que la ceremonia fue suspendida y que la enorme estatua del Corazón de Jesús, que debió erigirse en la Plaza principal y ante quien todo el ejército, la marina, los poderes ejecutivo y judicial, las cámaras legislativas, todos los funcionarios públicos debían desfilar el día 30, quedándose en los talleres donde había sido fabricada.

Haya en “San Lorenzo”.-
El desenlace de esta gesta no podía ser otro que la persecución contra Haya de la Torre y sus colaboradores. La formación de un Comité Obrero-Estudiantil para continuar la campaña, a fines de Mayo, dio pábulo a suspicaces comentarios de los diarios “La Prensa” (leguiísta) y “El Comercio” (anti-leguiísta). Se habló entonces de los intentos de “instalar un Soviet en el Perú”. Haya, que había sido opuesto a la determinación de formar un Comité, salió al frente en defensa de las Universidades Populares. El Comité fue defendido valerosamente por el escritor Edwin Elmore.

Perseguido por la policía, Haya debió permanecer oculto en la casa del director del colegio Anglo-Peruano (del cual era profesor) , John Mackay. Allí se retrató un día acompañado por la familia de su protector, delante de una bandera británica. Esa fotografía sería utilizada más tarde como “prueba” de que “estaba vendido al imperialismo inglés”.

A fines de Agosto la persecución amainó un tanto. Había llegado el momento de la renovación de los cargos directivos en la Federación de Estudiantes. Los estudiantes de Farmacia lanzaron la candidatura de Haya de la Torre. El grupo de liberales y conservadores tentó a Manuel Seoane, aprovechando disidencias que habían surgido entre éste y los profesores de la UPGP, Bustamante, terreros y Hurwitz, que más tarde se inclinarían hacia el comunismo, presentándolo como candidato opositor. Seoane cedió a la proposición, no obstante la simpatía fervorosa que sentía por Haya de la Torre. La elección debía realizarse en la noche del 2 de Octubre.

Sin la presencia de Haya se efectuó la votación. Seoane ganó por 20 a 18 votos. Como hubo algunas protestas, Seoane propuso aplazar la elección para el día siguiente. En vano se esperó a Haya. Esa misma noche había sido detenido y conducido de inmediato a la isla de San Lorenzo. La policía ocupó el lugar de la FEP. Seoane al tomar conocimiento de la prisión de Haya, en un gesto de hidalguía declinó su elección, propuso una fórmula transaccional, consistente en que se designase al cautivo como presidente y asumió inmediatamente sus funciones en su calidad de Vice-Presidente, encaminando sus pasos a lograr la liberación de aquél.

Paralelamente la FOL había decretado el paro general. Presentó al gobierno un pliego de reivindicaciones en cuyo primer punto se pedía “que el compañero Haya de la Torre sea puesto en libertad y goce de amplias garantías”. El gobierno respondió violentamente. Fueron clausuradas las Universidades Populares y los locales obreros. El ejército ocupó las calles. Lima vivió 8 días en estado de sitio. En Vitarte los sucesos fueron aún más graves. El pueblito, escenario de las inolvidables fiestas de la planta, fue sitiado por el ejército. Los trabajadores decidieron mantener su actitud viril y anunciaron su decisión de marchar sobre Lima. No tardó en estallar una violenta represión. Tropas destacadas a Vitarte disparaban contra la población indefensa, sin respetar a niños o mujeres. El clamor de los obreros es unánime: “Libertad para el maestro”. Caen muchos heridos y dos jóvenes obreros sucumben ante la balas; ellos fueron: Santos Lévano y Moisés Calderón.

En Lima, se repetían a diario los choques en calles y plazas. A Haya se le acusaba de connivencias con los “germancistas” que también habían sido detenidos. En el órgano clandestino de los obreros, “El Textil”, que circulaba profusamente, se reproduce una carta de Haya de la Torre fechada en la prisión de San Lorenzo el 3 de Octubre de 1923. En ella el líder da cuenta de su captura y en vibrantes párrafos demuestra mantener su moral al tope. La misiva concluye con una invocación: “si he de marchar al destierro, algún día he de volver. Retornaré a mi tiempo, cuando sea llegada la hora de la gran transformación. Ya lo he dicho y lo repito: sólo la muerte será más fuerte que mi decisión de ser incansable en la cruzada libertadora que América espera de sus juventudes, en nombre de la Justicia Social”.

Transcurrieron 8 días en los que el preso se mantuvo sin probar alimento. Se trataba, evidentemente, de la primera “huelga de hambre” por motivos políticos acaecida en el Perú. El gobierno decidió deportarlo para evitar complicaciones y el paro general se levantó. Así Haya marchaba, en su destierro, con destino a Panamá, en el vapor “Negada”.